La rutina de la ciudad desborda el latido de la realidad al punto de volverla invisible. El ajetreo de la calle como una maraña de personas, el calor, las ocupaciones, las citas, hace que muchas veces habitemos los lugares sin realmente vivirlos. Afortunadamente hay algo que siempre está ahí para reivindicarse. Y es que la razón de la ciudad se encuentra precisamente en ese no darnos cuenta que existe otro. Es precisamente el escenario de lo oculto por evidente, que da forma a las cualidades indispensables de todo espacio habitado por demás, es su esencia. Hablamos en cierta medida de una memoria de la ciudad que se constituye en lo ritual, en las bases de una memoria que se genera con el pasar de las generaciones y su rastro en los objetos, en el desgaste del registro del tiempo al pasar.
Algunas de estas imágenes nos muestran la persistencia de la cultura en la apariencia, su encanto, sus vicios, su belleza, su pobreza. Es como si en cada uno de los objetos, las personas y los colores nos pusiéramos en evidencia como humanos; lo que se ve es una huella que reivindica para nosotros lo que realmente somos como identidad. Seguramente la realidad nos desborda por la apariencia, la tecnología nos reinventa, y dentro de determinadas prácticas que podríamos llamar también de reivindicación, en las que se encuentra la técnica y la reinvención con su sabiduría, se puede notar que las prácticas precarias de supervivencia y las economías marginales son acciones que resisten la ciudad y su rutina, transformándola.