vista de la calle Cantuña del mercado de San Roque, Quito. (SERIAL)
La rutina de la ciudad desborda el latido de la realidad al punto de volverla invisible. El ajetreo de la calle como una maraña de personas, el calor, las ocupaciones, las citas, hace que muchas veces habitemos los lugares sin realmente vivirlos. Afortunadamente hay algo que siempre está ahí para reivindicarse. Y es que la razón de la ciudad se encuentra precisamente en ese no darnos cuenta que existe otro. Es precisamente el escenario de lo oculto por evidente, que da forma a las cualidades indispensables de todo espacio habitado por demás, es su esencia. Hablamos en cierta medida de una memoria de la ciudad que se constituye en lo ritual, en las bases de una memoria que se genera con el pasar de las generaciones y su rastro en los objetos, en el desgaste del registro del tiempo al pasar.
Lo que casi no se ve
en la ciudad o en la calle vendría a ser ese recuerdo que aún está ahí para ser
contemplado. Muchas veces hemos
pasado por el mismo lugar, contemplado los mismos colores, reaccionando de la
misma forma ante la trama, hemos dejado de mirar algo que se ha hecho por demás evidente, es
el lugar ocupado en la esquina que ha estado ahí desde que era un niño y que ahora
vuelvo a ver después de tanto tiempo, es
el objeto de ser de muchos otros.
Estas imágenes, estos
recuerdos, o estos supuestos son su razón de ser. Estamos acostumbrados a mirar con
los ojos del encanto romántico, del recuerdo, del anhelo incluso, pero también,
con los ojos del recelo y de lo falso.
Algunas de estas imágenes nos muestran la persistencia de la cultura en la apariencia, su encanto, sus vicios, su belleza, su pobreza. Es como si en cada uno de los objetos, las personas y los colores nos pusiéramos en evidencia como humanos; lo que se ve es una huella que reivindica para nosotros lo que realmente somos como identidad. Seguramente la realidad nos desborda por la apariencia, la tecnología nos reinventa, y dentro de determinadas prácticas que podríamos llamar también de reivindicación, en las que se encuentra la técnica y la reinvención con su sabiduría, se puede notar que las prácticas precarias de supervivencia y las economías marginales son acciones que resisten la ciudad y su rutina, transformándola.
Algunas de estas imágenes nos muestran la persistencia de la cultura en la apariencia, su encanto, sus vicios, su belleza, su pobreza. Es como si en cada uno de los objetos, las personas y los colores nos pusiéramos en evidencia como humanos; lo que se ve es una huella que reivindica para nosotros lo que realmente somos como identidad. Seguramente la realidad nos desborda por la apariencia, la tecnología nos reinventa, y dentro de determinadas prácticas que podríamos llamar también de reivindicación, en las que se encuentra la técnica y la reinvención con su sabiduría, se puede notar que las prácticas precarias de supervivencia y las economías marginales son acciones que resisten la ciudad y su rutina, transformándola.
Podemos ver por
ejemplo como los oficios y sus herramientas, es decir sus huellas, pasan de
generación en generación, como se transforma a la vez que se asientan en la
realidad, y como esta va formando la identidad oculta de la ciudad, de la
calle. Evidenciar determinados oficios o determinados espacios no quiere decir
que se mire con el velo de la nostalgia la ciudad, pero mirar
si es, una forma de reivindicar la naturaleza. Hay muchos rituales en la
ciudad, formas de hacer, presencias que construyen un
determinado circuito de prácticas y saberes que dan forma y transforman como
son transformadas.